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Foto del escritorJuan Velis

Bafici 2021: “Taranto” de Víctor Cruz

Estrena en el Bafici uno de los últimos trabajos documentales de Víctor Cruz (quien también presenta Dorados 50 en el marco del festival). En esta ocasión, aborda una temática común en un sentido global (más aún en los tiempos que corren) pero situada en un contexto geográfico específico: la ciudad mediterránea costera que da título al film, Taranto (Italia).


El cierre parcial de la acería más grande de Europa (ILVA, en la ciudad de Taranto), a causa de la contaminación que produce, divide a una ciudad entre aquellos que denuncian el desastre sanitario ambiental y los que temen perder sus empleos. Salud y trabajo colisionan en el sur de la Italia industrial, víctimas de la codicia empresarial y la desidia estatal.





Una mirada disociada de la realidad


Taranto es un registro documental que ofrece una mirada distorsionada y disociada, porque se trata de un seguimiento testimonial-observacional que no elude ni esquiva los enfrentamientos entre los propios ciudadanos y vecinos de Taranto: ahí tiene lugar, precisamente, esa doble lectura ética y moral, ideológica y social. El detenimiento en estos aspectos primordiales (la doble mirada desde posicionamientos dispares) se ve impulsada desde un primer momento, a partir de aquel encuentro de tres vecinos en las callejuelas sórdidas y sombrías de un cementerio, con tumbas rociadas en polvillo de hierro y otros residuos tóxicos derivados de las fábricas. Lo que sucede es que esos remanentes tóxicos que expulsan las chimeneas no sólo contaminan, sino que generan tumores cancerígenos y son verdaderamente perjudiciales para la salud en un mediano y corto plazo.


Más adelante, Víctor Cruz insiste y refuerza estos sentidos a través del recurso del material de archivo: registros periodísticos, televisivos y mediáticos que incluyen nuevos testimonios respecto al tema, y que dotan a la crónica documental de un matiz mayormente informativo y expositivo. Esta información crucial, en términos estadísticos y objetivos (que también da voz a las principales figuras políticas), se vuelve de algún modo necesaria; y por eso es un acierto su inclusión en la estructura del documental: enfatiza la contradicción nodal y fundamental de la propia película. A partir de entonces, se nos sugiere implícitamente que tomemos partido (aunque no cueste demasiado dilucidar cuál es la postura final del propio realizador).


Al mismo tiempo, nos damos cuenta de que, en definitiva, Taranto no hace más que evidenciar lo infructuosos y absurdos que se pueden llegar a tornar este tipo de debates, porque implican una constante puesta en discordia. Un debate vano, condenado desde un comienzo pero que, no obstante, resulta ineludible.


Cruz se encarga de ratificar una realidad humana propia de cualquier contexto geográfico en los tiempos que corren: pareciera que cuando la postura ideológica diferenciada nos contrapone, nos enfrenta y nos polariza, no hay reflexión real y social que valga. Así como un devoto creyente no podrá nunca renunciar a la idealización de la presencia de Dios, un acérrimo detractor de la entidad divina y protector de la verdad desde la perspectiva científica tampoco será capaz de alterar fácilmente su postura. La comunicación entre individuos aparece como un milagro (aseguró alguna vez el semiólogo Roman Jakobson). El derecho al trabajo y el derecho a la salud toman rumbos diferenciados en este caso. ¿Cuál sería el punto en común, en su generalidad? El cumplimiento de la intervención estatal al asumir el compromiso de reducir, no tan gradualmente, las emisiones tóxicas de la planta siderúrgica (aplicando las reiteradas “nuevas tecnologías”).


“El humo negro de las chimeneas”


Ahora bien, cuando se trata de Taranto (como en otros tantos lugares), tal como anuncian las voces de esta historia, sabemos que ILVA no cerrará jamás sus puertas por voluntad política, debido a las fuertes presiones e imposiciones financieras. Cruz decide reforzar estos sentidos en su detenimiento puntilloso en los documentos de archivo mencionados, así como en esas tomas panorámicas y generales, vastísimas, de la propia dimensión arquitectónica de la central industrial. Las suspensiones dramáticas de la cámara en esas nubladas construcciones parecen resguardar otra intención implícita además de la simple contextualización en un entorno específico: nos exhiben la opulencia y la monumentalidad de esas obras, la exacerbación de una parafernalia industrial que genera nieblas permanentes. Se trata de un registro real, verídico, transparente, que sin embargo parece estar alterado y extremado por los recursos de la cámara y del cine.


Recuerda a tratamientos documentales contrapuestos, pero históricos, como los de Berlín, sinfonía de una ciudad (1927), o su reversión sudamericana São Paulo, sinfonía… (1929); registros panfletarios que evitaban un posicionamiento crítico al respecto de la magnificencia y el esplendor industrial de las grandes urbes. Por el contrario, este tipo de obras acentuaban y celebraban el fulgor de las grandes maquinarias productivas, aplaudiendo entre otras cosas el humo negro que salía de las chimeneas de las fábricas, y abrazando un lineamiento estético propagandístico que con el tiempo fue adquiriendo un valor de registro histórico documental. El mensaje era claro: festejemos el triunfo ya terminante e inexorable del nuevo capitalismo industrial, porque provee empleo y asegura el acceso al éxito individual. Y ese es precisamente el discurso que buscan tensionar películas como Taranto.


Conclusión

Una película que apele a la contradicción, inclusive desde sus rasgos formales y estéticos, es una película que promete generarnos más interrogantes que certezas. El cine, ficción o documental, que haga aflorar el cuestionamiento crítico de aquellas contradicciones que acaso parecían pulidas y resueltas, es mucho más provechoso que aquel que ofrece respuestas (y esto lo sabemos muy bien). Basta con afirmar que el funcionamiento de ILVA en Taranto no es, de ningún modo, una cuestión resuelta.


En este sentido, el documental escrito y producido por Víctor Cruz, es una película que nos permite confrontarnos con nosotros mismos, permitirnos una reflexión personal y, en el mejor de los casos, repensar las decisiones que tomamos en nuestros actos y compromisos sociales. Acaso así, sosteniendo la esperanza, lleguemos a ponernos algún día de acuerdo.


“Cuando uno se reinventa empieza a dar miedo”, asevera uno de los últimos protagonistas que aparecen ante cámara, declarando explícitamente su amor por esas tierras que lo vieron nacer y que él se niega a abandonar. En cambio, considera que es urgente resignificar la revolución y así consolidar la resistencia, optando por renovadas formas de industrialización y de empleo: por ejemplo, los múltiples usos que permite la producción y cultivo de plantaciones de cannabis. El final, en este sentido, es esperanzador, y nos recuerda que lo que ocurre en Taranto no representa más que un recorte de un hecho puntual, situado y loca, que puede ser transpuesto a un concepto general, a una problemática global. Se trata de una discusión pendiente que, a fin de cuentas, es propia de cada marco contextual en cualquier región del mundo.


Publicado originalmente en Leedor.com

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