~ Sobre Pinocho (2022) de Guillermo del Toro.
~ En Netflix.
Me gustó Pinocho, la de Guillermo, porque construye una elegante y amorosa idea de amigarse con la muerte. Es una bella película de animación cuadro por cuadro destinada en términos generales al público infantil pero que, como en obras previas de Del Toro, alegoriza con cosas mucho más complejas, sombrías y adultas.
Una película que empieza anunciando que el pobre Geppetto perdió a su hijo en la (primera) Gran Guerra y que arroja en voz off sentencias como “lo que pasa, pasa… Y luego, ya no existimos más” no podría catalogarse como infantil y ligera. Mucho menos cuando nos asombramos al descubrir que el célebre parque de diversiones tomado por niñxs salvajes de la versión de Disney es acá reemplazado por un lúgubre campo de entrenamiento militar para infantes, que transmite visualmente un hedor a muerte y podredumbre humana que incomoda.
Es que Guillermo del Toro elige contextualizar a su Pinocho en la Italia fascista de los 40 y la sátira política se materializa fuerte cuando dice presente el mismísimo Duce. “¡Disparen a esa marioneta!” exclama el caprichoso dictador, reforzando otra de las obvias (pero no menos eficaces) metáforas de la peli: el binomio títere-titiritero, en tiempos de fascismo mundial. El camino de descubrimiento de identidad que atraviesa Pinocho consiste en darse cuenta de que las marionetas son todos los seres humanos enceguecidos que lo rodean, excepto él. Inclusive tendrá que confrontar a su propio padre por esto, enceguecido por el dolor del duelo, de la pérdida, de la soledad.
Pinocho tiene otros grandes momentos, reinvenciones y apropiaciones por parte de su director, como las hadas-espectros del más allá y el fascinante despliegue plástico-visual. Recordemos algo que muchas veces se olvida: no existe eso de “faltarle el respeto” a un clásico, no existe tal cosa como “capturar la esencia” de un cuento original. El cine es impulso creativo y representación, nunca una traducción.
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