Sobre C’mon C’mon: siempre adelante (2021) de Mike Mills.
Un entrañable relato de ficción interrumpido armoniosamente por pasajes cuasi documentales, en donde un encantador Joaquin Phoenix entrevista a preadolescentes invitándolos a compartir sus concepciones y perspectivas a propósito del mundo.
Phoenix es Johnny, y se dedica precisamente a eso: viajar alrededor del mundo entrevistando a jóvenes de diferentes clases sociales, en el marco de algún misterioso proyecto antropológico-periodístico que consolida un ritmo ágil y un tono dramático definitivamente enternecedor en una película sobre un vínculo filial entre tío y sobrino. Él viaja desde la espléndida New York a la calurosa Los Angeles en un acto compasivo de emergencia, debido a que su hermana Viv (Gaby Hoffmann) necesita de alguien que cuide unos días al vertiginoso Jesse, su hijo (Woody Norman).
Para Johnny es la oportunidad ideal de redimirse y recuperar ese lazo afectivo que, obstruido por conflictos personales y familiares, descuidó ingenuamente. Viv se ve forzada a visitar a su extraviado exmarido, el padre de Jesse, hundido en su drogadicción y distanciado del foco familiar.
La relación entre Johnny y su locuaz pero ensimismado sobrino de 8 años presentará una serie de lógicos altibajos emocionales que dotarán a la película de Mills de una notable frescura y fecundidad dramática, sólo comparable a otros estrenos norteamericanos recientes como la deslumbrante Proyecto Florida (2017) de Sean Baker -protagonizada también por una ansiosa niña, arrojada a un insospechado salvajismo del mundo real que su inocencia infantil desestima pero accidentalmente descubre-.
C’mon C’mon también apuesta a eso: Jesse descubre el mundo real, porque su tío no sabe cómo comunicarse ni expresarse con un muchacho como él y no cede tan fácilmente a sus lúdicos encantos (como la perturbada pero atractiva idea de jugar a ser un niño recién salido de un orfanato). Johnny, un luminoso Joaquin Phoenix “reducido” a gestos, miradas sutiles, diálogos espontáneos y registros introspectivos en su grabadora de audio, atraviesa la misma experiencia que su inexperto sobrino: descubre el mundo real a partir de esa confrontación ineludible.
Porque descubrir la dureza y fiereza del mundo no es algo que se enfrenta una sola vez en la vida (en la tardía infancia), sino un acontecimiento que se puede reproducir innumerables veces en el ecosistema sociocultural adulto que habitamos. Porque nada está dicho ni dictado por y para siempre.
C’mon C’mon sintetiza estas ideas con una carga emotiva providencial y un optimismo verdaderamente cautivante (cristalizado en su elocuente título). Vale la pena verla y reverla siempre.
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