top of page
Foto del escritorJuan Velis

Infancia, preciado tesoro: The Florida Project y el sueño de la libertad

El autor analiza el último film de Sean Baker (2017), y nos acerca a su concepto principal: la posibilidad de una infancia feliz aunque marginal (los límites del Disney World de Florida) centrada en el concepto de libertad, al margen de los contextos sociales.





The Florida Project (2017) es un cálido retrato de la niñez que logra cautivar a través de un eficaz relato acerca del sombrío mundo adulto, expuesto desde la mirada de inocentes niños en plena etapa de descubrimiento social. Lo que ocurre es que, si bien esta fábula sobre la sociedad estadounidense es por momentos narrada a partir del punto de vista de los adultos, la cámara se encuentra casi siempre a la altura de Moonee (Brooklynn Prince), una salvaje y a la vez encantadora niñita de seis años. Moonee vendría a ser la líder del grupito de chicos que hace desastres en el barrio y que todavía, en su día a día y principalmente durante el verano, ve el otro lado de la realidad, el lado imaginario, el lado simbólico. Ella vive con su joven madre Halley (Bria Vinaite) en un hotel situado —posiblemente— en los barrios bajos de Orlando, en Florida, y lo único que quiere es pasarla bien, porque es libre para eso. A su lado está su inseparable amigo Scooty (Christopher Rivera), y juntos se sienten los dueños de la calle.


Pero no todo es tan simple. La película dirigida por Sean Baker nos introduce de lleno en la contradictoria vida en los márgenes del maravilloso (y artificioso) mundo de Disney. Se nos sitúa en territorios de la periferia del célebre parque de diversiones de ensueño, al que todo turista sudamericano quiere ir a pasar unas inolvidables vacaciones. No muy lejos de allí, existen hoteles bastante más económicos, barrios populares donde gente transcurre el verano sin penas ni glorias. Entre outlets de Disney, sonido ambiente de helicópteros, hip hop, calurosas calles y pasadizos secretos, el lugar cumple la función de campo de entretenimiento para los niños de The Magic Castle y Future Land. Un parque de diversiones un tanto distorsionado, mucho menos pomposo, pero un parque de diversiones al fin. En la atmósfera del film, todo se observa desierto y desolado, y por eso el clima dramático nos estremece y atrae fuertemente. Sensibiliza al instante el ojo del espectador común, que usualmente no se detiene a pensar en la existencia de tales parajes áridos e inconclusos en las afueras de los centros turísticos de Florida.


El contexto nos presenta una realidad externa algo trágica, devastadora, presente, próxima, cruda. Moonee no es pobre, porque nadie le dice que así sea, pero a su madre sí se lo insinúan, y también le dicen que es una prostituta. Halley no tiene suficiente dinero, debe recurrir a Ashley (Mela Murder), su vecina amiga, para llegar a pagar la renta, y acudir a trabajos poco honorables para la mirada ajena, como vender perfumes en las entradas de hoteles cinco estrellas. Hace lo que puede, o quizás no tanto. Pero el contexto también nos permite entrever la interioridad de cada personaje. Hay secretos en los diálogos, en las miradas, en las actitudes más cotidianas. Inmerso en cada uno de ellos se encuentra parte de la carga que todos llevamos dentro, en cualquier sentimiento, quizás reprimido, y ahí ya no existen límites ni fronteras que nos dividan. Por esto es un film norteamericano de mediano presupuesto que se puede leer y decodificar desde nuestra región. Cuando esos rasgos de pura humanidad se hacen presentes ya estamos identificados, por más que veamos a los mismos personajes como seres disímiles y distantes en sus expresiones, en el idioma con el que se comunican. Que la siempre efusiva y desenvuelta Halley pida la comida para llevar, y luego la pisotee y la destroce desmesuradamente sobre el suelo tras la presunta gran traición de su amiga, genera la empatía necesaria para terminar de entender lo que la película nos propone. La excusa perfecta para ver a esos personajes de otro modo, porque el enfoque está permanentemente en ellos. Hay belleza y también hay tristeza. Hay, a la vez, diversión y abyección. Hay calma y felicidad, pero también descontrol y desidia. Hay desequilibrios constantes, como en toda familia en situación de vulnerabilidad económica que procura criar niños bajo su techo. Se observa decoro y destrucción, pero hay amor y casi nunca hay odio. Sin embargo, no se lleva nada al extremo, no hay exacerbaciones, porque los opuestos absolutos tampoco existen cuando se trata de representar la imagen más cruda de la realidad. Una realidad en la que, de alguna manera, estamos todos sumergidos.


Lo que conmueve es encontrarse con un registro casi fotográfico de ese universo plasmado desde la humilde perspectiva de un pequeño conjunto infantil. Niños que, entre excesivas travesuras y corridas agitadas, dejan entrever una felicidad tan pura dentro de ellos que se nos expone en la más íntima y veraz representación de la infancia. Le debe haber resultado algo tedioso a Baker hacer a un lado la estricta imposición del dispositivo cinematográfico ante las miradas ingenuas de la genial Brooklynn Prince y Christopher Rivera, pero el cineasta parece lograr lo que se propone. Ni siquiera hace falta mencionar a Willem Dafoe (bueno, en realidad sí), la única cara conocida de este introspectivo film, quien se encarga de personificar a Bobby, el conserje del edificio. Entre persistentes reniegos y frustraciones, firme en su aspecto recio y austero desde un principio, Bobby irá desinflando deliberadamente su carácter amargado hasta aflorar la luz en la aparente oscuridad de su persona. Así, nos vamos dando cuenta de que el afecto y la felicidad en realidad siempre están dando vueltas alrededor de los personajes, y como espectadores les perdonamos cualquier decisión que podríamos concebir como indebida o inapropiada. Todo esto puede parecer relleno, pero es uno de los ejes conceptuales y la película logra transmitir eso: en esas personas hay felicidad. Y no les cuesta tanto, aunque demoremos un poco en darnos cuenta.

El mundo puede llegar a ser tan atractivo y divertido cuando se logra comprender y aprehender la libertad que vive dentro de él. La vida es más simple cuando hay libertad, pero sólo lo podemos entender si vemos a los niños correr, reírse, incendiar casonas abandonadas circundantes.

La trama también tiene sus idas y venidas: cuando el audiovisual empieza a avanzar con Halley y la cosa se torna conflictiva por sus polémicos accionares (e incluso más atrapante debido a la tensión constante que genera la propia realidad de ella, sus reacciones, sus formas de salirse con la suya, y la mezcla de desazón y capricho en el rostro de Vinaite), el hilo conductor de pronto se aleja y vuelve a Moonee y sus mañas infantiles. Así, entre curvas dramáticas que no concluyen del todo y que siempre vuelven a la niña protagonista, predomina cierto tono documental-observacional que nunca abandona el film, y eso termina siendo un aspecto positivo.


También es un relato que habla de insistir y perseverar, de seguir intentando, sea como sea, cuando se trata de la familia. La relación entre Moonee y Halley, y el descontrol que las domina, es el ejemplo de eso. La misma niña se atreve a reflexionar inocentemente sobre ese fuerte vínculo, en una íntima y poderosa escena de la película: «me gusta este árbol, porque se cayó, pero sigue creciendo…», le cuenta una Moonee soñadora a su amiga Jancey (Valeria Cotto), entre risas, sobre el tronco vetusto. La metáfora, a modo de referencia indirecta, es suficientemente clara.


Ahora bien, lo más significativo es que sepamos apreciar de qué se nos está hablando en verdad: de la inclusión en la exclusión, de las desventuras de un grupo de niños desobedientes perdidos en una supuesta marginalidad salvaje. El mundo puede llegar a ser tan atractivo y divertido cuando se logra comprender y aprehender la libertad que vive dentro de él. La vida es más simple cuando hay libertad, pero sólo lo podemos entender si vemos a los niños correr, reírse, incendiar casonas abandonadas circundantes. Al fin y al cabo, la película refiere a la preciada infancia en un marco contextual nada casual, y Moonee representa el reflejo inequívoco de eso, en su incesante y picaresco andar. Un contexto particular, y una fuerza ideológica marcada en la mirada de Sean Baker, que no nos exhibe esa región de Florida porque sí, con un perfil contemplativo y documental que se mantiene pero que nos invita a sostener la mirada atenta y activa, reflexiva, nunca pasiva.


A veces es necesario poder recordar la infancia de otra manera, tomar verdaderamente conciencia de lo que representa, pero no sólo desde un punto de vista nostálgico. The Florida Project incita un poco a eso. La historia se engloba en una estructura dramática mayormente estable, con pocos sobresaltos, salvo hacia el final, pero con una fuerte carga emocional y simbólica en torno a la eterna contradicción del mundo adulto y de la niñez en un ambiente rigurosamente construido. La escena final nos puede dejar algo perplejos, con la metáfora de la libertad desarmándose y volviéndose explícita de manera un tanto abrupta, con la aparición del legendario castillo de Cenicienta. Pero así entendemos que todo se subsume a la felicidad que puede llegar a sentir una niña o un niño, y eso sensibiliza porque sirve para recordarnos que todavía existe la libertad en nuestro mundo cruel.


Estamos ante un atrapante relato sobre la felicidad, que enmascara la verdad del cine como búsqueda de libertad, de liberación. Hay compromiso social, en un registro de tinte testimonial de ese conjunto de vivencias cotidianas, que induce implícitamente la idea de un drama existencial en las cabezas de una joven madre despreocupada de más y su pequeña hija aventurera. Y de nuevo la dualidad de que todo puede ser tan simple y complejo a la vez. No hay captura más óptima de la realidad que esa. Otra prueba certera de que el poder del cine triunfa, siempre y cuando florezca en libertad.


Publicado originalmente en La Cueva de Chauvet.

Comments


bottom of page