Pasaron más de 60 años del estreno de una de las obras cinematográficas más emblemáticas de la historia. En el siguiente artículo reflexionamos y homenajeamos al cine de Truffaut, una de las mentes creadoras más significativas de la siempre influyente “nueva ola francesa” de los 50.
Sabemos muy bien lo que significó para la historia del cine aquel período de revolución estética conocido bajo el epíteto de la Nouvelle Vague francesa, surgido hacia mediados del siglo XX. Sabemos que se trató de un modelo discursivo, plástico y experimental, célebre en la historia del séptimo arte por sus arriesgadas implicancias de estilo. Un tipo de cine marcado por una sólida y fuerte contraposición al cine de calidad (cinéma de qualité), distanciado de las modas y los gustos populares; y arremetiendo contra los estándares sociales desde la construcción de su forma: libertad de expresión, liberación técnica y realizativa, planos de extensa duración, escenas de autor y bajos costos de producción. La búsqueda artística de la verdad humana, de una mixtura de sensaciones abstractas imposible de ser traducida en palabras, pero sí plausible de ser evidenciada en clave cinematográfica, con la materia prima que el cine provee.
Y, también, sabemos muy bien que una de las obras fundantes fue Los 400 golpes (Les quatre cents coups, 1959) de François Truffaut.
Infancia y ciudad: concepto y recorte
Este preciado film de Truffaut, dedicado especialmente a su mentor André Bazin (fallecido el mismo día en que inició el rodaje), resignifica alegóricamente la etapa de la infancia, la niñez y la primera juventud, de una manera tan fecunda como cruda y melancólica. Lo trágico como sensación preeminente deambula con constancia en el clima que busca capturar esta cinta. El director francés no evita enfatizar cada decisión y comportamiento, más o menos crucial, más o menos drástico, que toma su entrañable protagonista: Antoine Doinel (Jean-Pierre Léaud). Desde sus actos más reprobables, hasta los más honestos, nobles y bondadosos. De cualquier manera, las actitudes y accionares de Antoine no hacen otra cosa que representar de la manera más pura y transparente posible el tránsito cotidiano de un muchacho de su edad en aquel contexto parisino. Su estatus social le ofrece esa serie de alternativas, y el joven no lo duda demasiado, porque su hambre de vivir está en pleno ascenso. Por eso Los 400 golpes es un retrato enérgico, melancólico y vivaz que ha disparado cientos de referencias y sirvió como fuente de inspiración a grandes cineastas (sin ir más lejos, vale rememorar Crónica de un niño solo de Leonardo Favio).
Antoine Doinel es la muestra cristalina de que todo individuo se encuentra intrínsecamente arraigado a las circunstancias del mundo cultural que lo rodea. Y esto parece una obviedad, pero evidentemente era un tópico no tan abordado hasta entonces, en el cine francés de qualité. Truffaut nos cuenta un relato que habla del vínculo entre el individuo con el contexto social: lo ineludible de atender a la ciudad como actante dramático, como carácter descriptivo (y narrativo) primordial. Por eso se detiene con minucioso detalle en las calles gastadas de París, en la suciedad, en la devastación, pero también en la belleza. En los pasillos y paredes del colegio maltratados, pero rebosantes de fulgor juvenil. Por eso el cineasta elige exponer a la gente, transeúntes reales y no actores, para capturar ese tránsito desprevenido y desorientado de todos los días. Por eso la Torre Eiffel aparece sólo al principio y por unos pocos instantes. Por eso Los 400 golpes representa un recorte (la vida de Antoine) de un concepto o contexto general (la ciudad en sí misma).
Lo que se pone en cuestión es que el inexperto Antoine no depende de la crianza intrafamiliar exclusivamente, sino que es la certificación viviente de que todo individuo es hijo/a de la cultura que lo engloba. La cultura que lo cobija, lo configura, lo inspira y lo motiva. Antoine es esa unidad de sentido que trasciende a sus propias vivencias y se vuelve un reflejo, un caso más de miles y miles. Es un registro, una captura dramatizada de una realidad global. Se trata de una estrategia dramática del cine que no deberíamos dejar pasar por alto: para dar cuenta de un conflicto real, es necesario partir de un recorte y de una perspectiva individualizada (en este caso, nuestro ávido protagonista).
En este sentido, su vida, sus comportamientos, sus modos de supervivencia y de resistencia ante la adversidad callejera, el descuido familiar y la desatención en el colegio; serán recortes de un concepto general que incluye la desigualdad, la miseria, la pobreza, la ciudad, y la infancia como etapa crucial de la vida y la experiencia humana.
El punto de vista: la interpelación al espectador
François Truffaut hace uso de este recorte a partir de un punto de vista prácticamente restringido a la visión del mundo de Antoine Doinel. Podemos advertir que hay pocas escenas en donde se eluda la perspectiva centrada en él: la cámara lo sigue casi permanentemente. Esto es primordial. Truffaut elige no mostrarnos las explicaciones de los padres, o detenerse en subtramas como la de su amigo René y los conflictos hogareños que él también padece en relación al abandono de sus padres. Estas cuestiones se sugieren o se matizan a través de recursos narrativos estrictamente cinematográficos (como aquella escena en la que oímos en off la enérgica discusión de los papás de Antoine), pero nunca se muestran explícitamente.
En relación a esto, es importante recordar esa mirada a cámara final por parte del protagonista: es una suerte de interpelación muda, silenciosa, pero inevitable hacia el propio espectador. Como si se tratara de una revelación o confesión última que permanece inconclusa. Es en realidad una apertura al interrogante: ¿no seremos nosotros, los espectadores, los que tenemos que liberarnos de las restricciones morales que nos dominan y que reducen nuestras potencialidades de sentido en nuestra rutinaria experiencia humana?
Los años de la juventud
Por último, es interesante pensar en que Truffaut rueda este film ocho años antes del famoso Mayo del 68 (conjunto de manifestaciones públicas en París lideradas por grupos estudiantiles juveniles). Vale la pena recordar que al director le interesaba resignificar y rememorar sus propias experiencias biográficas, en función de un contexto de emergencia y revulsión social en aumento (los años 60 y la juventud como protagonista). Los movimientos contestatarios en contra de la proclamada sociedad de consumo eran imposibles de ser ignorados, y por eso Truffaut enuncia su mirada crítica. La denuncia se eleva a los modelos de aprendizaje y enseñanza preimpuestos, que suponían una adecuación a las estructuras funcionales preestablecidas. En este sentido, vale recordar las palabras irónicas del docente a cargo del curso de Antoine: “bonita Francia en 10 años, con estos nuevos jóvenes…”. Por eso la Nouvelle Vague también significó una llamada de atención a las fórmulas canonizadas del quehacer cinematográfico: el cine, aún sin ser documental y manteniéndose en los límites de la ficción, podía hablar de la realidad social que imperaba afuera. Y aún mejor (y más arriesgado): podía ponerla en tela de juicio.
La poesía del mar
Las incógnitas finales resultan inexorables: ¿qué importa qué sucederá luego de que Antoine finalmente conozca el mar, su preciado deseo? De seguro tendrá que volver a encuadrarse en esos patrones de comportamiento impuestos, porque tarde o temprano lo volverán a atrapar… Pero, de momento, ¿qué importa más que contemplar la inmensidad del mar? ¿No es acaso ese mar último y culminante la alegoría perfecta de lo que representa la Nouvelle Vague, en ese océano de modelos repetitivos reproducidos hasta el hartazgo? ¿No es acaso la Nouvelle Vague ese mar en la vida del propio Truffaut?
Lo cierto es que Los 400 golpes simboliza también un pronunciamiento de perdón hacia sí mismo. Truffaut hace esta película para perdonarse, a modo de reflexión catártica. Inclusive puede interpretarse como una disculpa hacia sus padres (reconociendo sus equívocos morales, sus desvíos y descuidos, poniéndose en el lugar de ellos y en cómo veían a su hijo).
Los 400 golpes es un gran perdón que, tal vez accidentalmente, le ha servido a Truffaut para descubrir algo nuevo de sí mismo. Y para exponer esa verdad personal a un espectador adormecido, que inevitablemente deberá despertar. El cine, en este caso y como en tantos otros, funciona a modo de redención personal.
Publicado originalmente en Cinéfilos Oficial.
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