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Foto del escritorJuan Velis

Spencer (2021): horror psicológico y algo más

La estrategia dramática de la humanización del villano se ha popularizado muchísimo en el cine de los últimos años. Una de sus posibles evoluciones o trayectos es la de humanizar a personalidades célebres de la cultura y la Historia universal con H mayúscula. Ahora bien, humanizar no significa contar las cosas tal cual fueron. En este caso, el realizador Pablo Larraín nos presenta unos escasos pero intensos días en la vida de Diana Frances Spencer -más conocida como Lady Di-, interpretada por Kristen Stewart. La película, con guión de Steven Knight, se enmarca en los incipientes años 90 que vaticinan una terminante ruptura matrimonial entre ella y el príncipe Carlos. Son las últimas vacaciones navideñas en la Casa de Windsor, situada en su finca de Sandringham en Norfolk, Inglaterra.


Y todo ese contexto no hace más que abrir paso a una serie de estallidos internos padecidos por la protagonista que terminan desencadenando un desenlace necesario, modificando su función dentro de ese corrompido sistema social que es la realeza británica.




El director


Larraín, consagrado cineasta nacido en el Chile vecino, ya se subió a ese tren de llevar a la gran pantalla a figuras significativas y populares de la historia mundial en la reciente Jackie (2016), en donde el foco estaba puesto en la esposa de Kennedy. Una película tal vez más arriesgada que Spencer en cuanto a la selección del personaje central pero no así en lo concerniente al despliegue formal y creativo de la obra.

En Spencer (y esto lo define en gran medida la magistral interpretación de Stewart, que firma su primer gran papel en su todavía joven trayectoria) se percibe una sensación de tensión constante que sobrevuela toda la película. Pareciera que en cualquier momento algo va a explotar, tras las capas de aparente armonía que revisten y ofrecen esos espacios refinados y sofisticados del palacio (deliberadamente resaltados y sobreexpuestos lumínicamente desde la fotografía).


Tensión vs armonía


No en vano el director inaugura este íntimo relato con una serie de imágenes bien contundentes y pregnantes, que ponen de relieve el mencionado contraste de inquietud/tensión versus aparente excelsa armonía:


. Una primera imagen: Diana conduciendo un coche de lujo descapotable a través de una arbolada carretera. Esto, sin dudas, remite a una profusa sensación de liberación, anticipatoria de las motivaciones evidentes del personaje.

. Una segunda imagen, inmediatamente después: el equipo de cocineros y chefs de la casona de Windsor preparan, con exagerada meticulosidad y obediencia militar, el opulento banquete aristocrático de la víspera navideña (marco estacional que no casualmente contextualiza a la película).


No hay mucho más para agregar a la sentencia formal de esa efímera pero no menos crucial sucesión de imágenes; un fugaz montaje preliminar que nos adelanta el concepto totalizador de la película: el contraste, el choque, la confrontación… implícitos. Tácitos. Spencer es un silencioso estallido inminente, como cualquier otro thriller psicológico.

Ese silencio es significativo en la trama, porque el microuniverso intrínseco de la realeza impone esos comportamientos: es mejor permanecer callados y estáticos, prácticamente censurados, porque en esa casa te están observando todo el tiempo (en esto último no hay metáfora: se anuncia de manera explícita con un cartel en la cocina).


Sobre la cámara


Larraín está habituado a sofocar a sus personajes a través de primerísimos planos que revelan más de lo que sugieren. Ya había ejecutado este tipo de tratamientos en la referida Jackie, siendo Natalie Portman la “víctima” de la intrusiva cámara. También en El club (2015), un relato oscuro bastante diferente pero de puesta de cámara similar. Todo lo demás sintoniza con posibles referentes variopintos en cuanto al contexto de la trama pero semejantes respecto a lo que se plasma desde la forma: un desequilibrio interno de personaje, una implosión reprimida; no resulta forzado ver Spencer y rememorar clásicos paradigmáticos del horror psicológico como Repulsión o El bebé de Rosemary, de Roman Polanski.


Sobre el sonido


Mención aparte merece el siempre espléndido Johnny Greenwood con su composición musical multiinstrumental, quien ya acumula tres ostentosas participaciones en el último año: la aplaudida El poder del perro de Jane Campion y la película del momento, Licorice Pizza, de su eterno colega Paul Thomas Anderson.

El experimentado Greenwood nos apabulla una vez más con una banda sonora que subraya el drama e incrementa el extrañamiento psicológico al nivel más certero que la película exige. La musicalización es acorde al conflicto interno de Diana y desestabiliza, no adorna ni acentúa burdamente el golpe bajo emocional de determinados pasajes; no es, en este sentido, efectista. Es pura marea climática introspectiva.

El tratamiento puntual del sonido también se impone y destaca, principalmente un tintineo insidioso, fragmentado y constante, como de campanillas, que oportunamente aparece y reaparece anunciando un nuevo desequilibrio tormentoso y truculento, casi a modo de leitmotiv.


La ficcionalización


Desde el guion, se toman licencias e inventan muchísimas cosas, advertencia importantísima para aquellos que buscaban considerar a Spencer como un retrato de tipo histórico. No lo es en términos realistas. Un puñado, a modo de lista, de estos aspectos:

Los personajes secundarios transformados audiovisualmente en espectros que acechan. La oportuna metáfora que proyecta la cruenta historia real de Ana Bolena. El halo de misterio que sobrevuela a la figura de Gregory (Timothy Spall), que se resignifica previsiblemente al final. La revelación crucial de Maggie (Sally Hawkins). La efusiva indiferencia del príncipe Carlos (Jack Farthing). La mirada maquiavélica de su alteza (Stella Gonet).

Pequeñas cuotas de ficcionalización que dotan de sentido y expanden el universo interno de una joven que naufraga en aguas turbulentas.


La realeza


En síntesis, la producción no despunta ni sobresale con ninguna novedad formal ni narrativa, pero sí conmueve con gran eficacia dramática. Muchos criticarán su indisimulada aproximación al terreno del horror psicológico, así como la -por momentos- impostada actuación de Stewart. Ahí está el punto: humanizar a una celebridad no significa hacerla más creíble, digerible o verosímil en el mundo real que nos dictamina. Humanizar, en la ficción cinematográfica, puede significar llevar al extremo. Pero no desplegando una edulcorada sucesión de flashbacks nostálgicos para lograr una acelerada empatía. Hay algo más: la conjunción precisa entre escenario, personajes y dramatización. Spencer logra ser extremada y por momentos casi grotesca sin necesidad de apelar a efectos especiales, sangre o Kristen Stewart gritando desaforadamente. Sin excesos indiscriminados la película de Larraín logra desatar un torbellino introspectivo que cierra por todos lados.

Y sí, demuele el verosímil histórico, pero no el encanto poético. Y eso es lo que verdaderamente importa, y lo que evidencia la postura político-poética de que es cine, es ficción, no un retrato de la realidad.



Spencer baja a tierra a una personalidad histórica de la realeza británica. Aquel anticuadísimo emporio subsidiado que persiste en el territorio insular y que se sigue ofreciendo casi como un espectáculo parodizante a la sociedad que paga, asiente y ríe con apresada ingenuidad. Una parodia de la que el mismísimo príncipe Harry (uno de los hijos de Diana, que aparece en la cinta) decidió correrse hace muy poco y cuya decisión aún genera revuelo.

Pero, decíamos: la última entrega de Larraín terrenaliza y mundaniza a su protagonista; no simplificando sino complejizándola. Casi que la hunde, arriesgando incluso caer en la jaula conceptual de la “mujer débil”, “mujer frágil”, “mujer hipersensible”; pero cuidándose de no estancarse en esa mirada que podría llegar a ser problemática para el planteamiento del film. Aún así, el realizador chileno nunca la enaltece o la diviniza, y esto es muy importante, tratándose de una figura como tal. Teniendo en cuenta que muchos biopics contemporáneos terminan endiosando absurdamente a sus “personajes reales” aún pretendiendo generar todo lo contrario.


Y, finalmente, para terminar con un enérgico faranduleo y zambullirnos en una forzada polémica conforme a la actualidad; recuperemos la pregunta crucial que anda dando vueltas por ahí: ¿cómo es que Spencer no fue nominada a Mejor película o Mejor director en los inminentes premios Oscar? Lo que sabemos es que Kristen Stewart, nominada a Mejor Actriz, es una más que firme candidata.


Publicada originalmente en Cinéfilos Oficial.

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