~ "Un lugar en el mundo" (1992) de A. Aristarain.
UN PEDAZO DE TIERRA
Una magnífica película argentina, multipremiada y reconocida internacionalmente, de la que tal vez debería hablarse un poco más. Es una exuberante pieza de caracterización de personajes, que despliega esa cuestión crucial del inherente vínculo personaje-contexto. Entendiendo a la noción de contexto en un sentido socio-geográfico y territorial.
En esta entrega del prolífico y eterno Aristarain, Federico Luppi es Mario, un noble tipo que gestiona y administra una cooperativa en algún alejado valle de San Luis. Cría ovejas, mantiene el campo, dicta clases en una escuelita y es padre de Ernesto. También se enfrenta, enérgico y firme en sus convicciones, con el despiadado terrateniente local que quiere montar una presa hidroeléctrica.
Las estrategias dramáticas son muy simples pero efectivas: héroes implícitos y villanos explícitos. Es que no vemos todo desde los ojos de Mario, sino de su hijo. Ernesto, impetuoso y encantador, nos presenta a través de sus idas y vueltas al verdadero protagonista de la película (esa figura heroica encarnada en su padre).
El personaje de Luppi no tiene ni de cerca la misma cantidad de tiempo en pantalla que su aventurado hijo. Sin embargo, Un lugar en el mundo cuenta en verdad la historia de un padre que no pudo ni podrá abandonar jamás ese pedazo de tierra. Y no por un mero patriotismo simbólico abstracto, sino por la potencia emocional de lo que vemos en esas escenas que su hijo atestigua: lxs pibes en la escuela, los trabajadores organizados por un bien común, la complicidad y bienvenida al extranjero que se vuelve familia.
Un hombre preso de su tierra por valor cultural y pasional. Pero preso bien, como tantos otros. Recorte de una realidad común todavía latente en mil rincones del país. Cuesta creer cómo actualmente, y más aún en la superpoblada burbuja citadina, parece ser tan fácil para muchxs escapar y desarraigarse casi irreflexivamente de su "pedazo de tierra"...
O será que no es tan así, que no es fácil, pero que son pocos los que -como Mario- se atreven a asumirlo.
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